Siempre no me los cortaron, Javier

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A un año de la muerte de Javier Valdez Cárdenas. Manuel Aceves: ‘le escribí una carta. En ésta le expresaba mi vergüenza por haber renunciado al periodismo’

Redacción

CULIACÁN, Sin.- Hace casi un año lloré en silencio la muerte de Javier Valdez. Yo no pude sumarme en la exigencia de justicia…

No cargue una cartulina y mucho menos una manta. Fui sólo un espectador silencioso reprimiendo emociones.

Me había convertido en un funcionario público, sujeto a las reglas no escritas de lo políticamente correcto.

Fue entonces que, en la soledad de mis desvelos le escribí una carta a Javier la cual titulé: “Me cortaron los huevos, Javier”.

En ésta le expresaba mi vergüenza por haber renunciado al periodismo, evocaba aquel 2013 cuando se acercó a mí en el café Bistró Miró y me invitó a colaborar en Ríodoce.

Antes de avanzar en el relato, me remontaré un tiempo atrás cuando tuve la suerte de conocerlo en el 2009. Yo estudiaba la carrera Ciencias de la Comunicación en la entonces UdeO, cuando por azares del destino Javier impartió una conferencia en un foro organizado en Canacintra, donde narró sus anécdotas y entre risas, groserías y chistes le aprendimos algo de periodismo.

“El compa camisa cuadros, pelos tiesos y parados como las puntas de un erizo, me cayó a toda madre”, pensé en aquel momento.

Un año más tarde le platiqué de Javier a la profe Luciana, quien resultó ser su amiga y se nos ocurrió la idea loca de invitarlo a un taller de periodismo que estábamos organizando.

Él, encantado aceptó y volvió a compartirnos sus relatos: cuando Ismael Bojórquez y él renunciaron a Noroeste y casi convencían a José Alfredo Beltrán, quien a último momento les dijo que no, entre otros relatos.

Sin pensarlo, Javier se fue convirtiendo en un maestro que a través de sus textos me daba cátedra todos los días, esa es la virtud de los escritores, no necesitan estar físicamente en un lugar para transmitir sus pensamientos, para dejar un legado e influenciar a través de sus letras, “si algún día soy periodista, yo quiero ser como este bato”, pensaba en aquellos tiempos de inocencia universitaria. No le he llegado ni a los talones.

En 2013, luego de haber trabajado casi 5 años como alimentador de la web del periódico Noroeste, salté finalmente a la reporteada en Megacanal y fue en las ruedas de prensa que funcionarios, políticos o líderes de izquierda realizaban en Los Portales o el Bistró, donde volví a ver a Javier.

Cabe aclarar que el bato no las cubría, a él lo veía tomando café en alguna mesa apartada, elucubrando alguna de esas historias que publicaba en Riodoce, o tal vez imaginando una nueva Malayerba.

Pensé que no me recordaba, después de todo, la última vez que habíamos platicado yo sólo era un estudiante y ya habían pasado tres años. Cuando uno está plebe como que el tiempo es muy relativo y tres años son como cuarenta. Una mañana salí de una conferencia en el privado del Bistró y Javier me hizo una seña para que me sentara en su mesa.

“Ven, bato, quiero platicar contigo”… <<se acordó de mi>>, pensé, pero al acercarme y sondear su plática note que ya se acordaba y ahora se dirigía al nuevo yo.

“He visto como preguntas en las conferencias, he estado viendo tu trabajo y tienes huevos, bato, ¿te gustaría colaborar en Riodoce?, me preguntó dejándome helado.

Imagínese: El hombre que admiraba hacía un elogio a mi trabajo y además me invitaba a trabajar con él. Era difícil de creer y hasta me di un ligero pellizco.

Fue así como colaboré un breve tiempo en Ríodoce y conocí al buen Ismael, quien me dejó echar a perder con tal de que aprendiera, un día me habló por teléfono y también me dejó sin palabras cuando me dijo: ¡nos ganamos un premio, bato!, era el PEN a la excelencia periodística.

“Felicidades, cabrón–me dijo Ismael–, ¡también es parte de la chamba tuya!, yo creo que me estaba cabuleando porque la verdad yo jamás he ganado un premio en periodismo y tampoco lo he buscado, pero bueno, no me desviaré del tema, Javier me insistía a que me dedicara de lleno al semanario, ya que yo estaba muy enfocado en el diarismo de la televisión.

–Renuncia al canal, te lo digo por experiencia, en la televisión se te van a entelarañar los huevos, bato, éntrale de lleno con nosotros.

Yo me reía apenado y no acepté, después le dije adiós a Riodoce, porque me dio pena.
Bien para no entrar en más detalles, ahora prosigo con la carta que le escribí el año pasado, en ésta le di las gracias y destaque aquella alusión los huevos, es decir el coraje arrojo o como le quiera poner, el cual sentía que había perdido ante tanta muerte.

Dejé el periodismo el 13 de mayo de 2017, aterrado, por tanta muerte, en medio de rumores de amenazas a colegas, asqueado por la brutalidad, sin ganas ni deseos de continuar escribiendo la nota roja, dos días después de haberlo dejado, me sentí un cobarde, otro día más ocurrió lo de Javier.

Al principio todo fue confusión, corrió el rumor sobre la agresión a un periodista pero no supimos a quién, hablo de los primeros minutos, desde la oficina que era nueva para mí, comencé a realizar llamadas para preguntarles a mis colegas lo que estaba ocurriendo.

Me respondió mi amiga Angelina Corral, aturdida y en estado de shock, sólo se limitó a soltar un llanto desgarrador y decir: lo mataron, mataron a Javier. Fue entonces cuando el mundo se vino abajo y seguí hundiéndome en esa laguna de miedo que desde entonces me envolvía.

Tuve miedo, un chingo de miedo y sobre todo dudas:
¿Volveré a hacer periodismo?
¿Para qué hacer periodismo?
¿Le importa a alguien lo que haga?
¿Sirve de algo?

Cuando vi a mis colegas enojados reclamando justicia yo también quise estar ahí, pero no pude, el miedo me fue envolviendo, miedo laboral, miedo a la violencia, miedo al todo.

Un día, después de varios meses al salir de un evento del Centro Penitenciario de Aguaruto, una señora me reconoció por mis tiempos de reportero y me abordó con desesperación:
“Tengo algo que contarle, están pasando cosas muy feas aquí en la Peni, por favor entrevísteme”.

“No puedo señora”, fue mi respuesta para luego añadir: “Yo trabajo en la parte institucional, no puedo atender casos como el suyo”. “Claro que puedes, muchacho, claro que puedes pero no quieres”, refutó la señora con desespero.

“Señora, le pido que me entienda, si me ven entrevistándola me van a cuestionar”, le dije tratando de ser respetuoso.

“Si puedes, pero tienes miedo, eso es lo que pasa”, me dijo golpeando con sus palabras el centro de mi pecho. Luego añadió.

“El mundo está lleno de miedos, no abones a ese miedo, no tengas miedo”.

Abordé un vehículo y me fui en silencio, al llegar a casa lloré desconsolado como un niño al que le han quitado su juguete más preciado.

Retomé la carta a Javier en la computadora, me los cortaron, le dije, << ¿te acuerdas que me dijiste que tenía huevos?, pues ya no, me los cortaron le dije, me cortaron los huevos Javier. Me los cortó la violencia, me los cortó lo que te hicieron, me los cortó la burocracia, me los cortó el miedo>>.

Fueron 9 meses de tristeza y depresión en silencio en los que, finalmente al no poder hacer periodismo, entendí el valor que este tenía. En ese proceso me acompañó el recuerdo de Javier, imaginando su voz diciendo:

“renuncia bato, se te va a entelarañar lo que te queda de huevos”.

Fueron 9 meses, curioso, algunos colegas como el Memo Barraza me han dicho, toda una vida. Finalmente en febrero de 2018, regresé al periodismo totalmente convencido de mi papel en el medio: darle voz a quienes han sido víctimas, a quienes han sufrido, a quienes han llorado. Contar las historias y sembrar un poco de esperanza.

Hoy te pudiera escribir, que siempre no me los cortaron Javier, que sigo firme y venga lo que venga buscaré honrar tu recuerdo haciendo un periodismo que acompañe a las víctimas y a la sociedad.

 

Ayer por la noche se organizó en Culiacán una jornada cultural a un año del asesinato del periodista.

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