Esta mañana se ha celebrado una misa de sufragio en la Basílica Vaticana
Redacción
CIUDAD DEL VATICANO.- El 31 de diciembre del año pasado murió Benedicto XVI, el 265º Pontífice. Para recordarle, esta mañana se ha celebrado en el Vaticano, en la Basílica de San Pedro, una Misa de sufragio en el Altar de la Cátedra.
Ha estado presidida por monseñor Georg Gänswein, secretario de Joseph Ratzinger desde 2003 hasta los últimos días de su vida, quien, en el marco del evento de dos días que comenzó ayer y que ha sido promovido por Ewtn, en colaboración con la Fundatio Christiana Virtus y la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, para recorrer la vida, el magisterio y el legado del Papa emérito, ha intervenido a las 10 de la mañana, en los recintos del Campo Santo Teutónico, para ofrecer algunas reflexiones sobre el fallecido Pontífice.
El primer recuerdo del Papa Francisco
En la Cátedra de Pedro desde el 19 de abril de 2005 hasta el 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI falleció a la edad de 95 años, en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde había elegido residir tras la renuncia a su ministerio como Obispo de Roma anunciada el 11 de febrero de 2013.
La noticia de su fallecimiento, dada por la Oficina de Prensa de la Santa Sede en la mañana del último día de 2022, cuando la Iglesia se disponía a celebrar las Primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y a dar gracias al Señor por el año transcurrido, dio la vuelta al mundo en muy poco tiempo.
Poco después llegaron innumerables mensajes de condolencia procedentes de los cinco continentes, de conferencias episcopales, líderes religiosos, jefes de Estado y de gobierno que deseaban recordar diversos rasgos de “aquel humilde trabajador de la viña del Señor”, al frente de la Iglesia durante 7 años y 315 días.
Por la tarde, en la homilía pronunciada en la basílica vaticana durante la última celebración el año, las sentidas palabras de Francisco para el “queridísimo Papa emérito”, una persona noble y gentil.
“Sentimos tanta gratitud en el corazón -dijo emocionado-, gratitud a Dios por haberlo dado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que ha realizado, y sobre todo por su testimonio de fe y de oración, especialmente -añadió- en estos últimos años de su vida de jubilado”.
La noticia de su precario estado de salud
El Papa Francisco fue el primero en rendir homenaje al cuerpo de Benedicto XVI, poco después de su muerte.
Fue él mismo, unos días antes, al final de la audiencia general del 28 de diciembre, quien había informado a los fieles del precario estado de salud de su predecesor.
“Quisiera pediros a todos una oración especial, por el Papa emérito Benedicto, que en silencio sostiene a la Iglesia”, había dicho, pidiendo oraciones por él porque estaba “muy enfermo”, para que el Señor le consolara y le sostuviera “en este testimonio de amor a la Iglesia, hasta el final”.
Ese mismo día, Ratzinger había recibido la Unción de los Enfermos, empeorando en los días siguientes.
El último adiós
Miles de personas quisieron presentar sus últimos respetos al Papa Ratzinger, en la capilla del monasterio Mater Ecclesiae, adonde, nada más ser velado el cadáver, acudieron amigos, excolegas, conocidos, cardenales, religiosos y religiosas, y después, del 2 al 4 de enero, en la basílica de San Pedro, adonde acudieron más de 200 mil fieles.
El funeral tuvo lugar el 5 de enero, en una Plaza de San Pedro abarrotada por 50 mil personas; presidido por Francisco, fue concelebrado por unos 130 cardenales, 400 obispos y casi 3 mil 700 sacerdotes.
Alrededor de mil 600 periodistas estaban acreditados en la Oficina de Prensa de la Santa Sede para informar sobre los funerales del Papa emérito, mientras que 200 emisoras estaban conectadas.
El cuerpo de Benedicto XVI, en un sencillo ataúd de ciprés -donde se depositaron el palio, las monedas, las medallas de su pontificado y el Rogito, el texto que describe los rasgos más destacados de su vida y ministerio-, colocado después en un féretro de zinc y a su vez en otro de roble, fue enterrado en las Grutas Vaticanas, en el mismo lugar donde había sido enterrado Juan Pablo II, trasladado en 2011.
Contribución a la Iglesia
Gran teólogo y profundo conocedor de las Escrituras, Joseph Ratzinger desarrolló una brillante carrera académica antes de ser nombrado arzobispo de Munich y Freising el 24 de marzo de 1977.
Creado cardenal el 27 de junio del mismo año, fue nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1981.
Amaba los estudios y la meditación, hasta el punto de que, tras años al servicio de la Santa Sede, quiso retirarse de la vida pública para dedicarse a ella a tiempo completo. Su autor cristiano favorito era san Agustín.
Siendo aún estudiante, lo que le atrajo fue el atribulado viaje interior del gran padre de la Iglesia para creer y comprender, para hacer dialogar fe y razón.
Como Pontífice, además de profundizar en el tema de Dios y de la fe, Benedicto XVI ha elaborado esclarecedoras síntesis sobre cuestiones cruciales de la vida de la Iglesia y de la cultura contemporánea y ha promovido el diálogo interreligioso.
El testamento espiritual: permanecer firmes en la fe
En su testamento espiritual, invita a permanecer “firmes en la fe” y a no dejarse confundir, sobre todo cuando “parece que la ciencia -las ciencias naturales, por una parte, y la investigación histórica (en particular la exégesis de la Sagrada Escritura), por otra- son capaces de ofrecer resultados irrefutables frente a la fe católica”.
“He experimentado las transformaciones de las ciencias naturales”, escribe, añadiendo que ha asistido al desvanecimiento de aparentes certezas frente a la fe, que “en diálogo con las ciencias naturales” ha podido “comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones y, por tanto, su especificidad”.
“He visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis”, prosigue Ratzinger, señalando que “de la maraña de hipótesis” ha surgido siempre “la razonabilidad de la fe”.
“Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida”, concluye, “y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”.