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viernes, diciembre 5, 2025
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La economía de Dios no mata: Papa

En las meditaciones escritas para la meditación del Viernes Santo en el Coliseo (Roma) presidido por el cardenal Baldo Reina

Redacción

CIUDAD DEL VATICANO.- En las meditaciones escritas para la meditación del Viernes Santo en el Coliseo (Roma) la noche de ayer presidido por el cardenal Baldo Reina.

En las reflexiones del Pontífice hay una invitación a salir de los propios esquemas, a comprender “la economía de Dios” -que “no mata, no descarta, no aplasta. Es humilde, fiel a la tierra”- y el camino de Jesús, el “de las Bienaventuranzas”, que “no destruye, sino que cultiva, repara, custodia” (3ª estación).

Pero es en la “economía divina” (7ª estación), tan distinta de las economías actuales hechas “de cálculos y algoritmos, de lógica fría e intereses implacables”, en la que insiste Francisco.

Para los hombres, Cristo aceptó la cruz y esa carga que se le impone “habla del soplo” que “le mueve, ese Espíritu “que es Señor y da la vida” (II estación).

“A nosotros, en cambio, nos falta el aliento a fuerza de eludir la responsabilidad”. Pero “bastaría no huir y permanecer: entre aquellos que nos has dado, en los contextos en los que nos has colocado”, exhorta el Papa, para comprometernos, porque “sólo así” dejamos de “ser prisioneros” de nosotros mismos. Pesan, pues, el egoísmo y la “indiferencia”.

 

El Vía Crucis, oración de los que se mueven

En la introducción a las 14 Estaciones, Francisco escribe que en los pasos de Jesús camino del Gólgota «está nuestro éxodo hacia una nueva tierra», porque Cristo «vino a cambiar el mundo», y por eso debemos «cambiar de dirección, ver la bondad de» sus «pasos». Por eso «el Vía Crucis es la oración de los que se mueven. Interrumpe nuestros caminos habituales». Y es un camino que «nos cuesta» el de Jesús, «en este mundo que lo calcula todo» y donde «la gratuidad tiene un alto precio». Pero «en el don», señala el Papa, «todo vuelve a florecer: una ciudad dividida en facciones y desgarrada por los conflictos avanza hacia la reconciliación; una religiosidad marchita redescubre la fecundidad de las promesas de Dios» e «incluso un corazón de piedra puede transformarse en un corazón de carne».

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