En 2008, la NASA seleccionó dos compañías privadas para subcontratar vuelos comerciales a la ISS: Space X y Orbital, ambas animadas por lo que entonces parecía una utopía: diseñar sus propias naves espaciales aunque de momento fueran simples cargueros.
Tanto Space X como Orbital cumplieron su promesa. Sus modelos de nave se conocen, respectivamente como Dragon y Cygnus y llevan años transportando suministros hasta la estación espacial internacional, en competencia con los Progress rusos o ATV europeos.
Todos son vehículos automáticos; algunos son capaces de atracar por sus propios medios mientras que otros —como los Dragon— se limitan a aproximarse hasta una corta distancia y dejar que un brazo robótico de la estación los capture y enganche a una de las escotillas de amarre.
Cuatro años más tarde, la NASA dio un paso más: la contratación de cápsulas y lanzadores capaces de llevar tripulación. La construcción de su propia nave, la Orion —todavía se retrasaría años—, trataba de reducir la dependencia de los Soyuz rusos, hoy por hoy, los únicos capaces de llevar astronautas hasta la estación espacial.
Ahora, por fin, le ha llegado el turno a Crewed Dragon, la apuesta de Space X, que se adelanta así al Starliner de Boeing. Con capacidad para transportar un máximo de siete astronautas, va equipada con un mecanismo de enganche y un sistema de navegación autónomo que le permitirá amarrar por sí sola a la ISS.
En este primer vuelo no lleva tripulación. Aunque sí un maniquí —un primo del que condujo su Tesla hacia Marte— revestido de una escafandra espacial también diseñada por Space X. Un traje en el que la funcionalidad se ha tenido tanto en cuenta como la estética. Podría aparecer en el atrezo de una película de ciencia ficción y algunos lo considerarían demasiado fantasioso. Pero es muy real y, de hecho, es el que vestirán los primeros astronautas que vuelen en una Dragon, seguramente este mismo verano.